LA MISTICA CARMELITANA

LA MISTICA CARMELITANA adapt. Cristina Bosch

La mística carmelitana tiene su origen en el Carmelo con Santa Teresa y particularmente en la lírica con San Juan de la Cruz . Su origen viene de los ascetas y de las tendencias de otras órdenes religiosas, en especial de los franciscanos Pedro de Alcántara y Osuna, Fray Luis de Granada, aunque ninguna de estas figuras es comparable a los mayores exponentes de la Orden del Carmelo. Se da en ellos la fusión íntima y delicada de la vida espiritual y la dinámica vida de la acción: entre las cosas de Dios y de la tierra, entre el éxtasis sobrenatural y el cuidado de lo cotidiano se abrazan en su doctrina la mística especulativa y la empírica de lo ideal y de lo real en una síntesis jamás igualada. Expresan además sus más altas experiencias que otros han debido guardar por no haber podido alcanzar esas cimas , las de Santa Teresa en prosa y verso y San Juan en lírica.

Empresa difícil atreverse a hablar de la sublime mística del santo ni de las honduras de su espíritu humano, no logrando comprenderla el entendimiento ni alcanzarla sin ser sostenido por la palma del Señor. No cabe en el corazón lo que Dios guarda para sus elegidos en la bodega de sus vinos, cuya embriaguez hace temblar y hablar maravillas no soñadas por ningún ser humano. Y lo peor es que no existe tampoco forma de explicarla, por muchos rodeos que se den. Podrán sonar armoniosamente en los oídos de los profanos o conocedores de la literatura y la poesía mística; podrán sus metáforas agradar por la gracia; podrán admirar la abundancia de su lenguaje o el casticismo de los vocablos, pero ni lo armonioso ni el encanto ni el caudal del vocabulario bastarán para introducirnos en los secretos de la compenetración psico-divina ni en cada uno de los estados que el alma atraviesa. Adivinando- más que sabiendo- es que podemos analizar al santo. La literatura mística, cuando logra los quilates de San Juan de la Cruz desquicia a quien posee el sentimiento de lo bello. En sus tres poemas más célebres Cántico espiritual, En una noche oscura, Llama de amor viva.

El tema único es la unión con Dios, pero por no existir un vocabulario místico debe valerse de símbolos a veces tomados del Cantar de la Biblia o de imágenes amatorias de poetas profanos. La intensidad y delicadeza amatoria, hecha de suaves y delicadas insinuaciones, de tembloroso fervor y sublimes estrofas es tan viva que alcanza las cumbres inalcanzables. El plano humano es elevado milagrosamente al más alto simbolismo religioso, porque cada metáfora tiene tan hondo y poético significado que el lector puede olvidar el erotismo a lo divino antes aquellas expresiones de amor encendido. Menéndez y Pelayo escribe lo siguiente sobre su mística: “ por allí ha pasado el espíritu de Dios embelleciéndolo y santificándolo todo (…);confieso que me infunde religioso terror al tocarla; no parece de este mundo ni es posible medirla con criterios literarios y eso que es más ardiente de pasión que ninguna poesía profana y tan elegante y exquisita en la forma y tan plástica y figurativa como los más sabrosos frutos del Renacimiento. Su lenguaje, enriquecido con espléndidas metáforas es propio de los ángeles(…)

Borracho de luz, se columpia en el aire, gorjeando suavísimos arpegios imposibles de melodiar entre las impurezas de lo terrenal.”
Los poemas sanjuaninos significan amor, embriaguez y plenitud, aunque con términos humanos. No existe otro lenguaje. Si hacemos abstracción de lo alegórico tienen un valor sublime; basta un ligero toque de soplo religioso para que toda su poesía se transforme en armonía celestial. Se insinúa un aire entre sus versos que le otorga una trascendencia divina. Las experiencias son proyectadas sobre un luminoso poético en donde toda anécdota fue desterrada. El Amado es Dios y el alma, su esposa. Poesías que apuntan al sentimiento musical, más allá de los sentidos.
A San Juan de la Cruz no le interesaba el arte; lo único que le importaba era Dios y es de este modo como el prodigio de su obra se torna densa. El arte en sí no le significaba nada. El amor a Dios lo llenaba todo. Estaba a una astronómica distancia del arte por el arte. Todo se liga en este poeta como un ejemplo humano de la corriente del amor profano en amor divino, que es finalmente la expresión mística de la cual el santo forma una parte esencial. Avanza atraído por el centro de su real obsesión: Dios y su unión amorosa del alma a través de lo llamado por él Unión Unitiva.

San Juan de la Cruz es un monje, aunque supera en el arte a cualquier artista del Siglo de Oro. La literatura mundial no ha producido nada más nostálgicamente perturbador, donde cada vocablo parece haber recibido la plenitud de la gracia estética. Existe una intensidad de símbolos y un idéntico fervor líricamente emotivo que nos aproxima mejor a los misterios de la divinidad. Nos encontramos en el límite del precipicio, empujados, sin posibilidad de retorno; allá, abajo, la razón humana se quiebra en mil partículas. No nos resta mas que abandonarnos en los brazos de Dios y exclamar jubilosamente : ¡Por San Juan creemos , creemos en el prodigio del -Amor!

Bibliografía : Alborg, Ver en el tomo Siglo de Oro o San Juan de la Cruz
Menéndez y Pelayo (introducción al tomo I de la Historia General de las literaturas hispánicas de Guillermo Díaz Plaja, Barcelona 1949, página 28 y subsiguientes.

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