MEDITACION DE LA SANTA AGONÍA

El Eterno, el Inmortal desciende para soportar su increíble martirio; la muerte infame sobre la cruz, en medio de los insultos de las huestes, a fin de salvar a las criaturas que lo ultrajaron.
El hombre saborea el pecado y Dios -a causa de él. está triste. La amargura de su cruel agonía lo hace transpirar sangre.
Al término de su vida terrenal, después de haber sido entregado a nosotros por el sagrado Sacramento de su amor, el Señor se dirige hacia el Huerto de los Olivos con sus discípulos; los invita a sufrir calumnias, persecusiones, haciéndose en algo similar a sí mismo. En el momento de entrar en el huerto piensa en los hombres y su santa faz es toda tristeza y toda ternura.
El Divino Maestro se distancia con tres de sus apóstoles, Pedro, Santiago y Juan. Entrando en el jardín les dice: "Quédense aquí; velen y oren para no entrar en la tentación. Estén al acecho, porque el enemigo no duerme. oren, para de no ser sorprendidos. Llegó la hora de las tinieblas".
Habiéndolos exhortado de este modo, se aleja y se posterna con la cabeza en el suelo. Su alma se encuentra en extrema aflicción.
Es tarde; la noche está llena de sombras siniestras. La luna parece inyectada de sangre. El viento agita arbustos y penetra hasta los huesos. Toda la naturaleza parece temblar en secreto su espanto.
He aquí el lugar donde Jesús vino a rezar. Se despoja de su santa humanidad. Su espíritu se hunde. Ve por adelantado a Judas que lo vende por treinta monedas y que ya se encuentra camino a entregarlo con su beso traicionero y que, sin embargo acaba de alimentarse con su carne y beber de su sangre. Poco tiempo antes Cristo le lavó los pies, lo cerró estrechamente sobre su corazón y lo besó.
Judas corre hacia su perdición. El hijo de Dios hecho hombre llora.Ya se ve arrastrado por las calles de Jerusalem, donde hace unos días lo aclamaban como el Mesías. Se siente abofeteado frente al sumo Sacerdote y escucha al vulgo gritar: es llevado de un tribunal a otro. El pueblo aclama su condena. oye las acusaciones falsas. Se ve flagelado, coronado de espinas, saludado como el falso rey de los judías, sucumbiendo bajo el peso del madero, tambaleando, abatido. Se ve en el Calvario, despojado de sus vestiduras, extendido sobre la cruz, clavado sin piedad; colgado sobre los clavos, soportando infinitas torturas, elevado cara al cielo. Siente su garganta y sus entrañas devoradas de una ardiente sed y, para calmarlo, le mojan los labios con vinagre y hiel. Temina sus días en medio de dos ladrones. ¡Qué espectáculo lamentable! Este hombre, cargado de nuestras faltas, yace junto a dos criminales: uno, que será salvado, y el otro, que blasfemay se condenará. Lo que presiente con su mente lo aterroriza y lo acobarda. Tiembla cual una hoja. Desde el principio de los tiempos lo aceptó: por qué, entonces, este extremo terror? Ha alcanzado el límite del dolor.
Con la cara pegada a la tierra, delante de la majestad de su Padre, expía nuestras culpas y se derrumba. Para poder reconciliar el cielo con la tierra desciende hasta el polvo, como si deseara darle un beso de paz.
Torna hacia el infinito una mirada suplicante; levanta los brazos y ora. ¡Qué palidez mortal cubre su rostro! Implora al padre, que lo sabe víctima de la raza humana. Se sabe el Cordero Inmaculado, el único sin mancha que puede satisfacer la justicia y reconciliar al Creador con las criaturas. Se rebela, no obstante; su espíritu está pronto a inmolarse, aunque el duro combate continúa. Lleva sobre sí nuestras propias falencias. La pena que le aflige le hace mendigar ayuda, pero su deseo de salvarnos le hace decir a Dios Padre:"Que se haga tu voluntad y no la mía".
Su corazón desolado necesita ser consolado. Lentamente se levanta, trastabilla unos pasos y se aproxima a sus tres discípulos a quienes encuentra dormidos. Se siente completamente abandonado.
-Simón, ¿duermes?- le pregunta dulcemente. ¿Tú, que acabas de afirmarme que me seguirías hasta la muerte? Y dándose vuelta hacia los otros dos, que no han podido velar ni una hora, les repite:"Vigilen y oren, para no caer en la tentación". Pero ellos, ebrios de sueño, no pueden escucharlo.
Jesucristo regresa a su lugar de oración. Pasa frente a sus pupilas los abusos que se harán del Sacramento que acaba de constituir, en nombre de nuestra propia salvación. Se siente revestido del barro de la corrupción de los seres humanos y de este modo deberá presentarse cara a cara a la santidad de su Padre, expiando cada falta para devolverle la gloria extirpada: para salvar a los pecadores deberá descender a la ciénaga. EL barro que lo rodea lo oprime. Siente disgusto. Se encuentra agotado por el peso y se lamenta frente al Padre, que permitió al Hijo ofrecerse en holocausto. Su pureza tiembla delante de este infame fardo: o la justicia ultrajada o el pecador condenado. Dos fuerzas, dos amores antagónicos se enfrentan y será la justicia la cual vencerá, bien lo sabe.
En su tremanda desolación clama: "Quiero la reconciliación del género humano, pero no a tal precio. Oh padre, a quien todo le es posible, aleja de mí este tormento y encuentra otro medio de salvación en los tesoros insondables de tu Sabiduría. Pero, si no es tu deseo, que tu voluntad se haga y no la mía."
La plegaria del Salvador quedó sin efecto. Se siente al borde de la agonía.
Se levanta en busca de consuelo, sintiendo sus fuerzas declinar. Peniblemente llega hasta donde se encuentran sus tres discípulos y una vez más los encuentra dormidos. Se limita a despertarlos. No les dice nada. Guarda para él este nuevo abandono.
Alejándose nuevamente,se arrodila. Su oración se torna intensa. Se escuhan sus palabras:" ¡Si al menos el hombre reconociera en su justo valor el precio que pago a fin de otorgarle una vida eterna! Esta certeza destroza más mi alma que los crueles verduros que destrozarán pronto mi carne".
No halla a nadie en su camino; no logra una gota de consuelo. El cielo se mantiene cerrado. Clama: "Mi alma está triste hasta la muerte".
Llega al límite del valor. Los hombres necesitan pruebas tangibles, como la muerte ignominosa sobre la cruz. .
Tomando fuerzas, ora de nuevo:"Padre, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, que tu voluntad se haga".

A partir de este instante Cristo responde con todo su ser, desde el fondo de su alma consumida, al grito de la humanidad que reclama su muerte como el precio de la Redención. A la sentencia mortal pronunciada por su Padre desde el cielo, la tierra responda clamando su cuerpo. Se inclina y gime:"Padre, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, que tu voluntad y no la mía se cumpla".
Cristo decidió volverse pasivo y tomar sobre sus hombros nuestras pecados. Fue el precio de su agonía.
Por fin se levanta del polvo, ya fuerte, ya invencible. Ha decidio este banquete con su sangre. Se sacude la túnica ,se limpia con las manos la tierra de su rostro y marcha con paso firme hacia la entrada del huerto.
Sus discípulos continúan durmiendo. La emoción, la hora tardía, el presentimiento de algo irreparable y la fatiga los hizo caer quizá en ese sueño de plomo. Jesús siente pena por ellos. Los despierta eshortándolos a levantarse: "Es suficiente; la hora se aproxima:despertáos. El que me traicionó está cerca. Mis enemigos vigilan para arrestarme. Tú, Pedro, dormías; luego te ocuparás de mis ovejas. Y tú, Juan, mi discípulo amado,debes marchar. Llegó la hora del poder de las tinieblas. Acepto voluntariamente este reto con la santa agonía. Haré que la profecía se cumpla letra a letra. Mi hora ha llegado".

Los pasos resuenan: antorchas iluminadas llenan el Huerto de sombra y púrpura. Cristo avanza, íntegro y calmo.

Sobre un texto del Padre Pío.

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