Monologo Interior
Una de las formas más fascinantes de la época moderna fue el Monólogo Interior o el Fluir de la conciencia, aplicada en 1918 a la literatura.
Esta técnica, también llamada la novela introspectiva, fue un estilo como en su época lo fueron la novela epistolar, el poema épico, la novela de caballería o la égloga pastoral.
El auge de este nuevo movimiento se encuentra entre las dos Guerras Mundiales. Sus precursores están entre Meredith, James y Conrad; en Francia, entre Diderot, Rousseau, Stendhal, Flaubert, y en Rusia, Tolstoi aplica la técnica en Ana Karenina, en el momento de su suicidio, ya que mezcla en su estilo reflexiones personales con impresiones externas. Pero las dos figuras principales son Joyce y Virginia Wolf.
La pintura impresionista es un antecedente del Monólogo Interior, junto a la música impresionista y sus leit-motiv.
Para que un estado mental pueda expresarse libre de controles, los escritores emplean una técnica sumamente controlada que roza la de la ciencia. Joyce trabajó como si fuera haciendo un mosaico; sus borradores están llenos de frases abreviadas, tachadas con lápices de diferentes colores. No es un método mecánico; el escritor toma de la ciencia sólo su punto de partida: el desarrollo de los estados de conciencia y la estructura musical.
El placer que sentimos en la lectura de LAS OLAS, de Virginia Wolf se asemeja a una extraordinaria audición musical, por estar más próxima a la estética. Su punto de partida es –sin lugar a dudas- el filósofo Bergson.
Virginia Wolf sostiene que “la vida no es una serie de paneles simétricamente dispuestos, sino un halo luminoso, un envoltorio transparente que rodea el principio de la conciencia hasta el fin”. Y, parafraseando a Shopenhauer escribe: “todo arte aspira a la condición de música”.
Sin embargo, la confusión entre música y poesía generó no pocas extravagancias. Joyce finaliza por llevar la narrativa a su límite extremo, a los mismos confines del silencio y de la nada en que el artista, a fuerza de refinarse, se vuelca como la semilla de los cardos.
Esta técnica se difundio de Joyce a otros escritores, entre ellos la propia Virginia Wolf. En Francia, Proust sigue el mismo sendero y será con él –como con nuestra protagonista- que el análisis intelectual es arrebatado por la ola musical en sus soliloquios líricos tan peculiares.
En un principio, los Wolf, que poseían una editorial, rechazaron la impresión de Ulises de Joyce. Virginia estaba en desacuerdo con las expresiones indecentes que mechaban de tanto en tanto la obra y con la técnica empleada para explicar su pensamiento, aunque finalmente ella seguirá la misma técnica y el mismo método en sus últimas novelas, más autobiográficas e impresionistas. El Fluir de la conciencia los había ganado como adeptos incondicionales.
Maria Cristina Bosch.
E-mail: mcbosch2002@yahoo.com.ar
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