PARALELO DE LAS LENGUAS

Paralelo de las lenguas castellana y francesa

Por: María Cristina Bosch
Ciertos españoles sienten desdén por el extranjero; miran con desprecio las demás naciones, no les gusta ese idioma, abominan sus hábitos y, si un español tiene un libro en otro idioma, lo toma como escrito por un genio extravagante. Según ellos, cuanto existe de bueno para ser leído se halla escrito en español; la lectura francesa contiene solamente superficialidades.
En cambio, los que han viajado al extranjero admiran la lengua francesa y desdeñan el castellano. En Francia todo es delicadeza, buen gusto. Los españoles -alejados de su nación- imitan tanto los gestos como el andar, y sienten y ríen y hasta hacen la corte como los franceses, haciendo lo posible por desnaturalizarse. Incluso salpican el castellano con vocablos usurpados: hablar el español puro es considerado ser godo.
No estoy en contra de conocer las lenguas extranjeras. Cleopatra hablaba las lenguas de varias naciones, mientras Catón castigaba la aplicación a la lengua griega de cualquier vocablo extranjero, pues temía que fuera corrompida, y Pomponio Leto, a su vez, huía del conocimiento de cualquier voz griega, porque podía manchar la pureza de la lengua latina.
La lengua francesa era útil para todo hombre erudito; los libros, diccionarios y volúmenes de diversas ciencias, hasta la Sagrada Escritura estaba escrita en el idioma de Francia; para el estudio de lógica, metafísica, jurisprudencia, medicina, teología, escolástica y moral tenían necesidad de la lengua latina, pero les era útil la francesa.
Aunque no por ello le concedemos ventajas al francés sobre el castellano, pues es superior el castellano en propiedad. Es más copioso. En la propiedad debemos diferenciar el estilo, habilidad del que habla o escribe: locuciones naturales en los franceses, mayor afectación en el castellano; para Francia, el arte está unido a lo natural. En España, los pecados de cultura tienen una afectación pueril de tropos retóricos, la mayor vulgares; multitud de epítetos, voces pomposas que entumecen el estilo, voces latinas y francesas de contrabando; pocos son los que diferencian en España el estilo sublime del afectado o escriben con total naturalidad. La afectación siempre nace de la corrupción del gusto, de una falta de conocimiento del mismo idioma.
No existen ventajas; a todos les suena bien el idioma nacional y encontramos horrores en otros idiomas. Nadie podría sufrir hoy el idioma de hace doscientos años. Los tendríamos por bárbaros. Lo que antes se leía con emoción hoy se convirtió en un tedio. La falta de uso convierte en disonancia ingrata a la lejana dulcísima armonía. Los idiomas se tornan ásperos si suenan extraños; la desigualdad reside en el estilo de cada uno; algunos son rudos, otros dulces, otros majestuosos, lánguidos o abatidos.
La lengua inglesa es la mejor para el teatro, tal vez por sus imágenes sangrientas; para el amor nada se compara a la lengua portuguesa. El francés es más blando, se desliza; el español es más fuerte; su articulación golpea pero es más noble como idioma varonil, sin afeminamientos.
Las ventajas del castellano se encuentran en la abundancia de palabras sin equivalentes en francés; muchas veces son voces compuestas y posee una desenvoltura que no existe en otro idioma. Tenemos varios vocablos para un solo concepto. Es un idioma rico, plagado de sinónimos, una lengua elegante, pura, expositiva, de estilo bello tanto en la poesía como en temas místicos. Garcilazo, Góngora, Quevedo fueron cisnes sin vestirse de plumas extranjeras. Buena parte de la poesía heroica, inclusive la de Virgilio, no se sabe si es mejor en su idioma original o en la versión al castellano.
Si el idioma latino tiene voces ¿para qué sustituirlas? ¿A fin de ser tomados por cultos? Lucirse en voces extrañas es darse a la barbarie. ¿Por qué utilizar términos de otras lenguas, si poseemos esas mismas palabras similares en nuestro propio idioma?
Los españoles se resistieron en la Antigüedad a la lengua púnica; dentro del Imperio Romano se resistieron también al latín, entonces: ¿Por qué afrancesar ahora el idioma nacional, que no necesita de ninguna clase de socorro?
Los franceses sostienen que la lengua italiana y la española son hiperbólicas, que se alejan de lo natural. Los españoles, en cambio, sostienen que los franceses utilizan el idioma, dejando las frases lánguidas y que cortan las alas a sus musas.
Que cada nación piense lo que quiera...

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