El Eco

Recreando a Borges en sus "Inquisiciones" (1986)
La autora tomó ciertas INQUISICIONES de Borges y - recreándolas - nos las devuelve libres de la erudición que habita en los escritos de nuestro máximo escritor. Trabajando sobre el genio Borgiano, con la habilidad que le otorga su brillante intelecto, modeló un Borges accesible a todo lector, universalizando aún más esta parte de su obra.
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Prólogo de la Autora:
En Genio y Figura de Jorge Luís Borges, Alicia Jurado sostiene que INQUISICIONES es un libro de ensayos breves; Borges los denomina “mi prosa desganada de enviones cortos” y afirma que “fue una ejecución de mis 25 años, una haraganería aplicada a las letras. Yo no sé si hay literatura, pero sé que el barajar esa disciplina posible fue una urgencia de mi ser “.
Alicia Jurado afirma que los temas de estos primeros ensayos son casi sin excepción literarios; nos hablan de Quevedo, Valéry, Wilde, el Quijote, Pascal y otros; están escritos con originalidad, entusiasmo y no “poca pedantería”,
Aunque a los 25 años, cuando es natural creer que se descubren por vez primera todas las cosas, el entusiasmo y la pedantería son atributos normales. (páginas 44-45).
Pero su genio ya está plasmado en esta obra, donde de los insignificantes llega a lo universal, malogrado quizá por la enorme cantidad de datos eruditos y conexiones filosóficas, que los convierte en un juego literario, que muchas veces fatiga y nos obliga a abandonar su lectura, pese a utilizar Borges los temas imperecederos del pensamiento, como Shakespeare utilizó los temas eternos de las pasiones.
Uno de los temas esenciales y preferidos en Borges es el tiempo; el autor lo ve como el más vital de la metafísica; lo discute desde diversos puntos de vista; son todas hipótesis sobre ese misterio que tanto lo apasiona. Sus ensayos así lo atestiguan. Existe en ellos y en sus poemas una inclinación que va de lo particular a lo general, de lo local a las ideas universales, de los sitios porteños a la literatura mundial y a los sentimientos perdurables.
Es difícil discutir sus excelencias estilísticas; su prosa, que con el tiempo evoluciona en un estilo conciso, riguroso, que maravilla por su economía verbal. El placer de leerlo es completo; es auditivo; no tiene una sola cacofonía, una repetición superflua, una asonante interna ni una cadencia trunca; los sintagmas fluyen, deslizándose sin escombros que molesten, con su música literaria intacta. Ha alcanzado con plenitud aquel ínfimo deseo suyo de lograr “no la sencillez, que no dice nada, sino la modesta y secreta complejidad”. Es un intelectual y un estético en perfecto equilibrio y en su justa dosis. Sábato admite que “ha creado en nuestro idioma un paradigma de precisión lingüística, de economía, elegancia y majestad estatuaria”. Su nombre y su obra se han convertido en un símbolo universal de arte, inteligencia y belleza”(idem, p.137)
Este estilo, sin embargo, no germinó de improviso; fue limando asperezas, eliminando rasgos tal vez agresivos y aún barrocos. En INQUISICIONES encontramos un idioma de prosa saturado de una erudición a flor de piel con amalgamientos que, sin ser absolutamente incomprensibles, detienen al lector e interceptan el curso natural de las secuencias. Su erudición de joven literario pedante enloquece hasta al lector culto e inteligente. Admitió lo siguiente:” Yo mismo me disfracé de gran escritor clásico español, latinizante del S XVII y esta impostura fracasó”.
Con el tiempo dijo de un modo más o menos eficaz lo que su incompetencia literaria le había impedido decir, es decir restituyendo al libro lo que ese libro estaba tratando de ser.
Mucha gente conoce a Borges; lo detiene, lo saluda, aun los que jamás han leído una línea suya. Con él admite A. Imberg ocurre un fenómeno extraño; un raro, un hombre en cuyas manos la literatura es un juego que le ha permitido transitar los más encontrados caminos filosóficos, las más disparatadas teorías e hipótesis, que luego ha reelaborado a través de páginas perfectas, dándole a su obra la relativa importancia que un artesano, un relojero, por ejemplo, puede sentir hacia un cronómetro que ha armado y que funciona bien. (Idem,p.32).
Sin tener nada de fácil ni su prosa ni su poesía, siendo sus libros comprados por muchos, aunque leídos por pocos y comprendidos por menos, logró en su país y en el extranjero trascender los límites de la literatura, a fin de transformarse en mito. Una serie de acontecimientos alimentan ese mito; su ceguera, su edad, su soledad, su rígida figura estática, su digna posición de semi-héroe o de adusto prócer, sus opiniones rígidas e intransigentes. Pero -insisto- pocos lo leen y menos aun lo comprenden.
Por lo mismo, me he tomado el atrevimiento de recrear algunas de éstas, sus INQUISICIONES, obviando los datos innecesarios que incomodan, dejando que surja lo mejor de sí, lo esencial de lo que quiso decir, sin esa pedantería juvenil y con toda su relevante originalidad.
A él, pues, dedico estos ecos de su obra, que le pertenecen por completo, ya que si Borges no los hubiera escrito, esta otra obra no habría visto la luz.
Cristina Bosch.
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ORNITO RINGUM


Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi., Era definido o indefinido su número?
El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi . Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez aves (digamos y más de uno, pero no vi nueve , ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos aves. vi. un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etc. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.
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Blas PASCAL

(ensayo III)

Mientras algunos afirman que “los pensamientos de Pascal sirven para pensar, Borges sostiene que todo existe en el universo como estímulo del pensamiento, pero que jamás vio en esos memorables incentivos una contribución a los problemas reales que eran.
Lo ve como un poeta perdido en el tiempo y en el espacio. En el tiempo, pues si futuro y pasado son infinitos no existe el cuándo; en el espacio, porque si todo ser equidista de lo infinito y de los infinitesimal, tampoco existe un dónde.
Pascal desdeña a Copérnico, aunque su obra refleje el vértigo de un teólogo extraviado en medio del universo. La infinidad atemoriza a Pascal, quien busca desesperadamente a Dios. Lo encuentra, pess a que la manifestación de este encuentro es menos patético que propia soledad. Tenemos dos ejemplos cabales de su desolación; a) “cuántos reinos nos ignoran” y b) “la infinita inmensidad de espacios que ignoro y que me ignoran”.
Su definición sobre la naturaleza es la misma que la que se atribuye a Platón y más tarde, en el Renacimiento, a Rabelais:” el espacio es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.”
Fue uno de los hombres más patéticos de la historia; esta afirmación nos los confirma: “moriremos solos”.
No pudiendo alcanzar jamás la altura de los místicos, suponía en el cielo era un premio a nuestros esfuerzos y el infierno, su antítesis, el castigo. No le interesaba tanto Dios como la impugnación de quienes osaban negarlo. Tal vez solamente te ocupó del incrédulo, como de esa oveja negra y descarriada que cita el Evangelio y que se le atribuye a una de las parábolas de Cristo:”Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.”
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DE ALGUIEN A NADIE

(ensayo XI)

En los primeros siglos d. C ciertos teólogos se interesaron en el prefijo “omni”, anteriormente reservado a Júpiter o a la Naturaleza; se propagan los conceptos omnipotentes, omnipresentes y otros que bosquejan someramente un Dios respetuoso, pleno de superlativos inimaginables. Esta nómina da la impresión de restringir la divinidad.

A fines del S XV ningún epíteto era conveniente para definir a su Majestad.
Nada debía afirmarse; todo podía negarse. Surge igualmente una doctrina panteísta: “las cosas particulares son revelaciones de lo divino, porque detrás de todo se esconde Dios; lo único real, aunque no se sabe qué es, ya que no es un qué y es incomprensible a sí mismo y a toda inteligencia”. Es más que sabio, más que buena; excede y rechaza todo atributo. Es la NADA. Dios sería la nada, el abismo donde fueron engendrados los arquetipos y luego los objetos reales.
Ser NADA es superior a ser un “quién” o un “qué”. Por curiosa analogía alguien afirmó en su doctrina que los hombres, en su sueño más profundo son el universo o Dios.

Las alabanzas hasta llegar a la nada se suceden en otro culto. Para Coleridge -romántico inglés- no era un hombre sino una variación literaria del infinito Dios. Su persona fue una naturaleza, un efecto, pero lo universal se hallaba en potencia en su particularidad, como una sustancia capaz de modificaciones infinitas, si bien su existencia individual fuera una sola. Parecido a todos los hombres, íntimamente no era nada, aunque era todo lo que son los demás o lo que potencialmente podrían ser.
Victor Hugo lo igualó a los océanos, como un almácigo de formas posibles; ser algo, ser una cosa es inexorablemente no ser todas las otras. Los hombres han intuitivamente imaginado de modo un poco confuso que no ser es superior a ser algo que, en cierto modo, es ser todo.

Schopenhauer sostenía que “la historia es un interminable y perplejo sueño de toda la generación humana; sueños con formas que sucesivamente te van repitiendo, quizá porque sólo existen formas”.
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EL QUIJOTE Y SUS MAGIAS PARCIALES

(ensayo V)

Cotejándolo al Quijote con Homero, Virgilio, el Dante o Shakespeare, ésse te torna realista (diferente al realismo del año 1850 donde se plasmaba cada hecho cotidiano como si fuera una fotografía impresa).

El Quijote contrapone al cosmos poético e ideal su universo prosaico; toma lo real y lo poético como opuestos, insinuando sólo sobrenatural en forma sutil, contratacando con sus “polvoriento caminos y sus sórdidos mesones castellanos”.Crea la poesía española de fines del Siglo de Oro, sin percibir aquel siglo ni aquella España como divinamente poéticos.

Cervantes ama lo sobrenatural; este amor se nutre de las novelas eglógicas y de las de Caballería, que pululaban sin agotarse todavía; se alimenta y se arrulla entre adustos caballeros y románticos cautiverios, ya que -en suma- el Quijote no es un contrataque pastoril sino un oculto y secreto adiós melancólico a esas novelas tan celebradas.

La obra posee su plano ideal, pese a que se tienda a confundir lo meramente objetivo de los subjetivo. Es un juego de extrañas ambigüedades, donde los mismos personajes inventados son a la vez lectores de sí mismos. Sin embargo, no preocupa que el Quijote sea lector de la novela cervantina, ya que si él puede ser mero lector o espectador, nosotros a su vez -sus lectores- bien podemos ser en un todo meramente ficticios. Borges bien admite que la historia universal “es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender y en el que también escriben”.
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INDIVIDUALISMO

Bibliografía: Borges, Jorge Luis. Inquisiciones, O.C. págs. 658-659.

por María Cristina Bosch

Todos somos en el fondo nacionalistas. En el siglo I de nuestra era Plutarco se burlaba de quienes declaraban con inmenso orgullo "que la luna de Atenas era mejor que la luna de Corinto".
En pleno siglo XIX, Milton sostenía que "Dios tenía el hábito de revelarse antes a los ingleses". Fichte, mientras tanto, afirmaba que "tener carácter y ser alemán era una sola y la misma cosa".
En nuestro país, la Argentina, el patriotismo pulula, fomentando los mejores rasgos argentinos, definiéndolos con acontecimientos exteriores, como la Conquista Española, nuestra tremenda Tradición Católica o el Imperialismo Sajón.
La Argentina, en oposición a los Estados Unidos de Norteamérica y a Europa, no se identifica con el Estado: Patriotismo y Estado no significan lo mismo -quizá a causa de los paupérrimos gobiernos que debimos soportar, o tal vez porque el concepto de Estado es todavía para nosotros una abstracción-. Argentino, aquí, significa individuo, jamás ciudadano.
Si Hegel resucitara y nos dijera que "el Estado es la realidad de la idea moral" nos parecería una broma siniestra: para los argentinos, la amistad es una pasión y la policía, una mafia canallesca.
El mundo -lo dice Borges- para el europeo es un cosmos en el que cada cual íntimamente corresponde a la función que ejerce; para el argentino es un caos. El europeo o el norteamericano juzgan que un libro es bueno, si ha merecido un premio; para nosotros, quizá no sea malo, a pesar del premio obtenido.
El héroe argentino es un individuo, un ser solitario (Martín Fierro o Moreira o Don Segundo Sombra). Ninguna otra literatura registra casos similares. Tomemos al azar dos ejemplos: Kipling y Kafka, que nada tienen en común; no obstante, el tema del primero es la reivindicación del orden, mientras el segundo nos describe la insoportable y trágica soledad del que está desprovisto de un lugar, aunque humilde, en el orden universal.
Me interrogo sobre la abstracta posibilidad de un partido que poseyera una cierta similitud con nuestros ciudadanos, partido que pudiera ofrecernos una mínima mesura de gobierno.
Estas cualidades señaladas no son ni negativas ni anárquicas; no gozan de ninguna explicación posible. Por el contrario, es una de las más urticantes complicaciones de nuestra era.
Proféticamente Spencer señaló que sería lenta pero gradual la intromisión del Estado en los actos del hombre, en pugna contra esos males denominados comunismo y nacionalismo. Nuestro propio individualismo, tal vez torpe e ineficiente como inservible y nocivo en nuestra actualidad, quizá encuentre justificación algún lejano día.
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La esfera de Pascal
EL ECO - Bibliografía: Borges, Jorge Luis. "Otras Inquisiciones" Edit. Emecé 1974

por María Cristina Bosch

Tal vez la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas. Éste sería el fin de este breve ensayo.
En el siglo VI a.C. Jenófanes de Colofón, harto de los versos líricos de Homero, de su Ilíada y de su Odisea, castigó a los poetas que le atribuían formas humanas a los dioses del Olimpo y propuso a los griegos un solo Dios cuyo símbolo sería la esfera eterna.
Platón es un convencido de que la esfera es la figura geométrica más perfecta y uniforme, ya que todos los puntos de la superficie equidistan del centro. Es la figura más lograda, en suma, a fin de representar a la Divinidad.
Parménides repite la imagen: "el Ser es semejante a una esfera (...)", y, en nuestro siglo, Mondolfo nos habla de: "una esfera infinita y creciente, en un sentido dinámico".
Y así la historia universal continuó su curso; los dioses casi humanos de Jenófanes fueron rebajados a ficciones poéticas. Otro griego, a fines del siglo, descubre una fórmula que será imposible olvidar: "Dios es una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna".
Los presocráticos nos hablan de una esfera sin fin; la imagen reaparece en el célebre y simbólico "Roman de la Rose" (atribuido a Platón) y, en pleno Renacimiento, Rabelais se refiere a "esa esfera intelectual, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna y que denominamos Dios".
Para la mente medieval, el sentido es claro: "Dios está en cada una de sus criaturas, pero ninguna lo limita". "El cielo, el cielo de los cielos, no te contiene", dirá Salomón.
Dante sigue el sistema de Ptolomeo en su "Divina Comedia", que durante 1400 años rigió la fantasía de la humanidad: la tierra ocupaba el centro del universo, siendo una esfera inmóvil en torno a la cual giraban nueve esferas concéntricas; siete de ellas eran los cielos planetarios: el cielo de Marte, de Mercurio y así sucesivamente hasta la octava, que era el cielo de las estrellas fijas, y la novena, el cielo cristalino o Motor Inmóvil, a quien rodeaba el Empíreo, hecho todo de luz lumínica. Este sistema era una necesidad mental.
Copérnico modifica la visión del mundo, dando por tierra con el sistema de Ptolomeo, lo que para muchos fue una real liberación. Afirmó en "La cena de las cenizas" que el universo es el efecto infinito de una causa infinita y que la divinidad estaba próxima "pues está dentro de nosotros". Mantenía que el centro del universo estaba en todas partes y la circunferencia en ninguno.
Siete siglos después, los hombres se sintieron perdidos en el tiempo y en el espacio. En el tiempo, porque si el futuro y el pasado son infinitos no habría un cuándo; en el espacio, porque si todo ser equidista de lo infinito y de lo infinitesimal, tampoco habría un dónde.
En el Renacimiento, el hombre creyó haber alcanzado la madurez; en el siglo XVIII se acobardó; tuvo la sensación de haberse vuelto anciano; le echó la culpa a Adán sólo con la intención de justificarse. La vida se tornó más breve; Matusalén vivió más tiempo; estuvo en este mundo 979 años, siendo todos, además, gigantes.
Un tal inglés, llamado South, definió a Aristóteles como los escombros de Adán, y a Atenas, la única posible de ser comparada con los andamios del Edén.
El espacio pasó a ser una liberación sin tantas reglas; sin embargo, para otros, como Pascal, fue un negro laberinto y un abismo sin salida. No amaba el universo y hubiera deseado adorar a Dios, pero Dios era menos real para él que este despreciable mundo. Deploró durante toda su existencia que los cielos no le hubieran hablado y comparó a los hombres como meros náufragos en una desierta isla.
Tuvo miedo, vértigo y soledad, y tornó a hablar de la "circunferencia como una esfera espantosa o infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna".
Quizá entonces, la historia universal es la historia de una diferente entonación de algunas de sus metáforas.
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LA FLOR DE COLERIDGE

(ensayo VIII)


En 1938 Paul Valéry admitió que “la historia de la literatura no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de su carrera o de la carrera de sus obras sino la historia del espíritu como producto o consumidor de la literatura. Esa historia podría llevarse a término sin mencionar un solo escritor.
Veinte años antes Shelley dictamina que todos los poemas del pasado, presente y porvenir son episodios o fragmentos de un solo poema infinito, erigido por todos los poetas del universo. Son consideraciones implícitas panteístas, que nos llevarían a una interminable discusión, pero aquí nos ocuparemos de la historia sincrónica de una idea a través de tres diferentes escritores.

El primero es de Coleridge, que dice literalmente: “si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que había estado allí y, si al despertar encontrara esa flor en su mano: ¿qué sucedería?
Se segundo texto pertenece a una novela bosquejada en el S XIX y reescrita años más tarde. Su protagonista viaja físicamente al futuro. Regresa rendido, con polvo y maltratado. Retorna desde una apartada humanidad que se ha dividido en variedades que se abominan, habitando palacios dilapidados y en desvastados jardines; está encanecido y trae del futuro una flor marchita ( más increíble que la flor del cielo de Coleridge).

La tercera versión pertenece a Henry James y la encontramos en una novela fantástica, aunque inconclusa. Esta vez el protagonista viaja al futuro en un inimaginable vehículo que adelanta y retrocede en el tiempo. Regresa al pasado, al S XVIII para ser más exactos y ya no retorna con una flor divina ni con una flor futura sino que se ve retratado en dicho siglo; fascinado por el experimento se traslada a la fecha de su ejecución y se encuentra con el pintor en el momento en que pinta la tela con cierto temor y aversión, puesto que intuye una anomalía en en esos rasgos del porvenir; sería el famoso “regressus in infinitum”; el motivo del viaje sólo sería una consecuencias del trayecto.
Wells ciertamente no conocía el texto de Coleridge; James admiraba el texto de Wells.
Si todos los autores somos un mismo autor, el hecho es baladí, pues para las mentes clásicas la literatura es y seguirá siendo lo esencial, no sus individuos. La originalidad no tendría cabida.
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OSCAR WILDE
(ensayo IV)

Oscar Wilde fue un dandy poeta, un caballero con metáforas. Su obra nos invita a evocar la noción del arte como un juego selecto y secreto. Es además percibir el delicado crepúsculo del Romanticismo, la fatigada atmósfera de un invernáculo o un simple y decorativo baile de máscaras. Todas son verdades parciales.
Fue a su vez, a su manera, un especie de Simbolista. En 1881 se dirige a los estetas y luego, diez anos después a los Decadentes. En verso o prosa su sintaxis fue siempre perfecta, accesible hasta a los extranjeros. En una tarde de lluvia se puede empezar y concluir sin demasiadas dificultades “Lady Windermeres´Fan”, siendo su métrica ( o aparentando ser espontánea) y a que su obra no contiene un solo verso experimental. Pareciera ser de una indolente insignificancia técnica, que sólo nos habla de una cierta grandeza intrínsica.
Si su estilo correspondiera al tenor de su gloria, se asemejaría a meros artificios, que abundan, no cabe la menor duda, pero siendo de índole adjetiva; se puede perfectamente prescindir de ellos,
Releyéndolos Borges admite que casi siempre tiene razón; no solamente es elocuente sino también es justo; cuando así lo desea, puede ser también perspicaz y observador.
Fue acusado de ejercer una suerte de arte combinatoria; quizá la ejerció en algunas de sus bromas, cuando afirma “unos de esos rostros británicos que, vistos una vez, siempre se olvidan”, aunque no podemos sostener lo mismo cuando afirma que “la música nos revela un pasado desconocido y acaso real” o “ que todos los hombres matan la cosa que aman” o “ que arrepentirse de un acto es modificar el pasado”, o en aquel otro donde “no hay hombre que no sea, en cada momento, lo que ha sido y lo que será”. Concluye entonces admitiendo que son indicios de una mentalidad diversa a la que se le atribuye; fue un auténtico hombre del S XIX con un dejo de los juegos del Simbolismo, hábil y diestro, un clásico en suma.

Le cedió a su siglo que el siglo exigía; comedias melodramáticas, junto a sus arabescos verbales y todo elaborado con una negligente despreocupación -tal como Mozart o La Fontaine- pero señalando que en realidad es un “descuido que no da cuidado, como bien advertía Francisco de Quevedo. Su perfección lo perjudicó. Es una obra tan armoniosa que casi resulta baladí y sería inimaginable el cosmos sin sus delicados epigramas.
Paradójicamente su nombre está relacionado con el puritanismo, mientras su gloria se vincula a su condena y a su prisión, aun que el sabor, el aroma de su obra es la felicidad. Pese a sus malos hábitos y desdichas, Oscar Wilde conserva una invulnerable inocencia. Puede prescindir del aplauso de la crítica y más aún, de la aprobación del lector, ya que el placer que nos proporciona su compañía es irresistible y constante.
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EL ENIGMA DE QUEVEDO
(ensayo I )

Uno de los enigmas más curiosos que persisten en la literatura es la poca suerte que le ha tocado a Quevedo, su falta de ubicación en la historia de la literatura entre los nombres ilustres. La causa -según Borges- reside en no haber sido un sentimental; pecar por no haber sido un sensiblero le ha quitado el éxito que merecía. Como no persiguió un auténtico patetismo,
-ni siquiera un desborde sentimental - en su magna obra, no nos dejó tampoco una impronta en esta a veces ocasionalmente injusta literatura universal. No hubo hipérboles de ternura; por ende, no habrá gloria eterna.
No obstante, Quevedo no fue inferior a otros autores, aunque no poseyó un símbolo que lo representara: Homero tuvo el areté de Príamo besándole las manos a Aquiles, el asesino de su hijo Héctor; Sófocles, el más patético descifrador de enigmas, en la figura de Edipo hubo de adivinar el horror de su propio origen; Cervantes, el hidalgo don Quijote y el terrestre Sancho Panza; Dante, sus nueve círculos, las Rosa de los Justos y el Empíreo, y Kafka, el magisterio de sus laberintos. No existe un escritor de fama universal sin un símbolo objetivo y eterno.
Quevedo es y fue un auténtico literato; nadie, con vocación literaria se permitirá el lujo de no admirarlo y, sin embargo, no fue ni un político ni un filósofo ni tan siquiera un teólogo.
Para él, la trasmigración de las almas era una “simple bobería” y a los gnósticos los apodaba sin respeto alguno “inventores de disparates”. A Dios, el Rey de los Judíos, y a su gobierno lo tildaba de “un sistema completo acertado y conveniente” y a sus parábolas las veía como símbolos secretos que un político debía resolver. He aquí dos claros ejemplos: a) en la parábola de “La samaritana” descifra que los tributos reales deberían ser más leves y b) en la de los “Panes y los peces, que el rey debería percibir las necesidades de los afligidos. Nos asombra su método y la trivialidad de sus propias conclusiones, pero se salva bajo la dignidad de su lenguaje y de su talento.
Ha frecuentado varios estilos y todos con la facilidad del que nada le cuesta; el estilo aparentemente coloquial en EL BUSCON; un estilo desenfrenado que jamás peca de ilógico le sigue en LA HORA DE TODOS; se divirtió también con la poesía erótica que -si la consideramos como meros ejercicios petrarquistas- son admirables, aunque distanciado de este fin no nos satisfagan.
En el gran ámbito de su lírica abarca desde los sonetos reflexivos, en los cuales se aproxima un tanto a Wordworth: /con los doce cené / yo fui su cena/
Hasta los gongorismos culteranos, intercalados, a fin de probarnos que él también era capaz de jugar a ser Góngora, deslizándose de vez en cuando por la impronta renacentista de Petrarca y de Garcilaso / humildes soledad verde y sonora / o deteniéndose en las brevedades latinas o en las burlas plenas de fuegos de artificios o en las lóbregas pompas que preludian el caos.
Encuentra en múltiples ocasiones el origen de sus creaciones entre los clásicos; su memorable último verso de su archiconocido soneto /polvo serán mas polvo enamorado/ fue tomado directamente de Propercio (1).Sus mejores piezas no son ni oscuras ni enigmáticas; son, sí, objetos verbales, puros e independientes, tal el filo a una daga. El lenguaje es para él un instrumento lógico, no artístico ni científico. Las eternidades poéticas lo molestaban no tanto por ser fáciles como por ser falsas, pues veía en la metáfora no sólo la relación inmediata de dos imágenes sino también la metódica asimilación de dos cosas.
Hombre apasionado, carnal y vehemente, luchó por alcanzar la cima del ascetismo estoico y en esa pugna por la gran batalla emerge en ciertas piezas magistrales una velada melancolía, un coraje secreto y hasta el desengaño de las caricias del sexo débil.
Tres siglos nos divorcian de su muerte corpórea; tres siglos nos desunen del primer poeta hispánico de valía pues, al igual que el Danta, Goethe o Shakespeare, Francisco de Quevedo es -antes que un hombre- un ser intelectual de compleja y dilatada literatura.
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Sobre los clásicos

EL ECO - Bibliografía: Borges, Jorge Luis. "Otras Inquisiciones" Edit. Emecé 1974

por María Cristina Bosch

Pocas ciencias existen más interesantes que la etimología, a causa de las modificaciones del sentido original de la palabra, aunque de poco sirva el origen primitivo de estos conceptos. Inútil es conocer que "clásico" desciende del latín "classis", tomado luego en sentido de orden.
¿Qué es actualmente un libro clásico? Aquél que un país o un conjunto de países, a través del tiempo, ha decidido leer como si en sus múltiples páginas todo fuera premeditado, funesto o insondable cual el universo y apto para interpretaciones infinitas.
Esas interpretaciones varían: Para Alemania y Austria, el Fausto de Goethe es una genial obra maestra; para otros, podría ser una forma total de aburrimiento, como el Paraíso de Milton o la íntegra obra de Rabelais.
Las obras de Job, de Dante (su Divina Comedia) o de Shakespeare (Borges se refiere a Macbeth) y ciertas sagas del Norte pueden para el escritor ciertamente gozar de una inmortalidad sin término, si bien no conocemos su futuro mediato.
Macedonio Fernández sostenía que la belleza era privilegio de algunos escasos escritores, aunque podía estar oculto y al acecho entre páginas mediocres o en un simple diálogo de tipo callejero.
La gloria de un poeta se subordina a la excitación o a la indolencia de generaciones de individuos anónimos que la examinan minuciosamente en su íntimas y solitarias bibliotecas.
Las emociones en literatura pueden ser eternas, variando en forma leve a fin de que no claudique su virtud. Pueden tal vez desgastarse, mientras las recorre el ávido lector: es el peligro de poder afirmar con plena convicción de que existen obras clásicas eternas.
Cada cual decree de su arte y de sus juegos de artificios. Clásico no siempre es un libro que posee ciertos méritos; es solamente un libro que las generaciones humanas -por diferentes causas- lee o al menos intenta leer con un fervor a priori y con una enigmática fidelidad.
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PAUL VALERY
(ensayo II )

Valéry es el símbolo de múltiples destrezas, pero también de infinitos escrúpulos. Personifica a su vez los oscuros laberintos espirituales, mientras se alza como el símbolo del continente europeo y de sus tenues crepúsculos.
Es un poeta ejemplar que no magnifica las capacidades humanas o filantrópicas de fervores paradisíacos, sino que magnifica los dones inteligibles. Otros poetas han dejado versos aún más memorables que los de él; han incluso logrado modificaciones más profundas en su lengua, pero ninguno de ellos logró una personalidad similar a la suya.
El hecho de que esa misma personalidad sea una proyección de su obra no interesa. Su misión fue la siguiente; propuso a los hombres la lucidez en esa etapa funesta del nazismo y del materialismo dialéctico, entre los albores de Freud y los asombrosos movimientos surrealistas.
Su símbolo, entonces, fue proponer su exquisita sensibilidad, cual un estímulo, frente a cada hecho cotidiano o histórico, a fin de promover una infinita serie de reflexiones.
Y en este nuestro siglo sangriento y pasional, eligió siempre los admirables deleites del pensamiento subordinados a la difícil y secreta aventura del orden.
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4 comentarios:

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blogs de Cristina Bosch o blogger:cristina bosch
No desde la página blogspot.
Es posible?

Cristina Bosch blogspot.com.ar dijo...
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